
Guaranga de Paz Solís: una novela íntima sobre el cáncer, el cuerpo y la memoria
Guaranga, de Paz Solís Durigo, es una novela breve, íntima y muy lúcida. Toma una experiencia concreta —el cáncer de mama— y desde ahí se despliega hacia algo mucho más amplio: el cuerpo como archivo, la lengua como herencia y la enfermedad como espacio de memoria.
La protagonista es diagnosticada con cáncer y, lejos de narrar el proceso desde la mirada médica, lo atraviesa desde el ritual. Le habla a su tumor, lo nombra Maritza, le canta, le reza, le cuenta cosas. Lo hace porque recuerda una piedra de su infancia: la itakarú, una piedra guaraní que concede deseos si no dejás de hablarle. Esa conexión con la infancia y con las mujeres de su familia —su abuela, su tía, su madre— le da sentido al presente, le da otra forma de habitar el dolor.
El cuerpo, entonces, no es solo síntoma ni objeto de cirugía. Es historia, herencia, lenguaje. El cáncer se vuelve interlocutor, pero también espejo: le devuelve una identidad que estuvo siempre, pero no del todo dicha.
Es una obra íntima hasta la última palabra. Esta mujer, que deberá someterse a una mamoreducción, nos permite leer sus pensamientos más profundos, y vierte sus sentimientos en poemas, canciones, rezos.
La lengua guaraní aparece como parte viva del relato. Está integrada, suena en las oraciones, en los poemas, en los recuerdos.
La narradora no es la hija favorita, ni la nieta ejemplar. Es la que escribe. Y en esa escritura se construye otro tipo de legado: uno que no pasa por la sangre, sino por la voz. La que se anima a contar lo que otras callaron. La que transforma la vergüenza o la rabia en palabras.
Hay escenas que se quedan, como cuando cambia la oración de una estampita y en vez de pedir pureza, pide tetas grandes. Es gracioso, sí, pero también potente. Porque ahí aparece uno de los núcleos del libro: resignificar. El cuerpo, la religión, la lengua, la enfermedad. Todo puede ser dicho de otra manera.
El título, Guaranga, no es casual. Es una palabra que en muchos contextos suena a insulto, a desobediencia. Paz Solís la toma y la vuelve bandera. Ser guaranga, en este libro, es hablar cuando se espera silencio. Es tocar lo que no se debe. Es contar la historia desde adentro del cuerpo.
El libro no romantiza el dolor, pero tampoco lo esquiva. Lo atraviesa con lenguaje, con humor, con memoria, con vulnerabilidad y, sobre todo, con una voz narrativa que sabe muy bien desde dónde está contando.
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