Chelito y la herencia de los silencios: reseña de Tierra removida

Chelito y la herencia de los silencios: reseña de Tierra removida

Chelito vuelve al campo después de muchos años. Lo espera una casa, recuerdos confusos y muchas preguntas. Así empieza Tierra removida, una novela breve de Marcos Fontela que trabaja con los silencios familiares y la memoria como si fueran parte del paisaje.

 

Narrada en tercera persona, con una voz profundamente argentina, la historia se mueve entre dos tiempos —infancia y adultez— sin anunciar explícitamente el cambio. Es el lector quien, al seguir el ritmo natural de los capítulos, reconstruye ese pasado fragmentado que el protagonista también intenta descifrar.

 

La estructura de la novela intercala pasajes donde vemos a Chelito como un niño, observando el mundo que lo rodea con una mezcla de curiosidad y desconcierto, y escenas donde el Chelito adulto vuelve al mismo escenario, buscando respuestas que quizás ya no existan. De chico, su mirada está cargada de intuiciones: percibe gestos, silencios, fragmentos de poder en las figuras adultas, pero sin entender del todo su significado. De grande, el desconcierto persiste, aunque ahora viene acompañado de una necesidad urgente de comprender lo que alguna vez se le negó.

 

El campo no es simplemente el fondo de la historia: es parte activa del conflicto. Con su tierra áspera, su clima hostil y sus reglas no dichas, moldea a los personajes tanto como las ausencias y los duelos silenciados. Es un espacio que refleja el interior de Chelito, lleno de zonas áridas, de cicatrices que no terminan de cerrar, de lazos externos e internos que no terminan de conectar.

 

La prosa de Fontela es sobria y contenida. Los capítulos, breves y de lectura fluida, no sobreexplican ni subrayan. Cada escena está cargada de significados que el lector debe interpretar junto al protagonista. No hay desbordes emocionales ni grandes revelaciones: el avance es lento, pero constante, como quien avanza por un terreno desconocido, atento a cada pista.

 

Tierra removida no ofrece respuestas fáciles. No hay un momento de iluminación final ni una verdad absoluta que se revele. El verdadero viaje no es solo volver a la casa del campo, sino atravesar la propia memoria, enfrentar el vacío de las explicaciones no dadas, y entender que algunas preguntas, simplemente, quedan abiertas.

 

En definitiva, Marcos Fontela entrega una novela breve pero intensa, donde los silencios pesan tanto como las palabras y donde cada rincón del paisaje invita a mirar hacia adentro. Es una lectura que se atraviesa rápido, pero que deja una sensación persistente, difícil de sacudirse.



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