
Cuentos a los que le faltan varios caramelos en el frasco: relatos absurdos que golpean
El trabajo de un cuentista debe ser, en mi opinión, una de las tareas más difíciles a la hora de escribir. No hay lugar para la tibieza. No podés extenderte durante 30 o 50 páginas para construir tensión —o sí, como Samanta Schweblin o Hebe Uhart—, pero el verdadero reto está en decirlo todo en pocas páginas. Que te duela, te rías, te asquees o quieras seguir leyendo. Lo importante es que te provoque algo.
Cuentos a los que le faltan varios caramelos en el frasco, del rosarino Juan Pablo Scaiola, logra eso y más. Cada relato es como un fueguito artificial que explota, chisporrotea, te quema los dedos o te deja viendo colores raros durante un rato. Lo que arranca como algo simple termina volviéndose incómodo, gracioso, absurdo y hasta horroroso.
Con un lenguaje cotidiano, bastante coloquial, te acerca realidades dispares y nuevas, y cuando te querés dar cuenta, estás metido hasta el cuello en una distopía barrial o en una venganza tan absurda como lógica.
Cada cuento funciona por sí solo, pero están unidos por una voz filosa, directa, a veces con bronca, a veces con ternura, pero siempre con una claridad demoledora. Los protagonistas son en su mayoría hombres, nombrados por su apellido.
En "Manfredi y los colonizadores", nos topamos con esta frase: "Se lo ve preocupado. Y cuando los perros tienen cara de preocupados... es porque hay algo de qué preocuparse." Es simple, pero con la lógica implacable del absurdo.
El cuento del gimnasio —que se ganó el estatus de favorito—disecciona con una mezcla de asco, ironía y precisión quirúrgica ese ecosistema donde todo está transpirado, pegajoso y lleno de gente "mostrando el culo y los músculos". Es gracioso, sí, pero también incómodo.
¿Lo mejor para alguien que ama la literatura argentina? La mayoría de las historias están ambientadas en Rosario, con colectivos que no llegan, personajes que viven solos en edificios donde nadie se saluda, situaciones que parecen mínimas pero que se tuercen con una violencia que no avisa. Son relatos de una cotidianeidad empujada al límite. Donde cualquier cosa puede pasar, y suele pasar.
El libro no está solo: lo acompaña un conjunto de ilustraciones hechas por artistas rosarinos que suman capas de sentido, extrañamiento o complicidad. Es una obra colectiva en el mejor sentido, donde el absurdo tiene rostro y el humor negro se mezcla con el cariño por lo raro, lo roto, lo fuera de lugar.
Ideal para quienes disfrutan de los cuentos breves pero contundentes, de los relatos que parecen empezar en una esquina conocida y terminan en una dimensión torcida.
Como lo dice la sinopsis del libro, Scaiola no escribe para agradar, escribre para soltarle un “puñetazo inesperado que golpea al lector en el pecho y lo hace trastabillar”.
Para comprarlo, podés adquirirlo directamente por mensaje directo al autor en Instagram